El mito que más me encanta es el de Narciso en su versión de Ovidio en su libro Las metamorfosis. La primera vez que lo leí no me agradó porque me pareció inapropiado que este joven se enamore de su propia imagen. “Egocentrismo”, lo denominé. Sin embargo, pese a mi reticencia, el mito se sumergió en mi interior y durmió hasta que, algunos años después, volvió a aparecer en mi vida y desde una perspectiva diferente pude comprender mejor.
Lo que me gusta del mito es que en un momento dado Narciso se da cuenta de su locura, es decir toma conciencia de que está amando a su propia imagen y en vez de buscar ayuda para curarse de su locura, decide unirse con esa imagen amada. Creo que no importa que muera, sino la toma de conciencia de su estado porque, luego renace en una flor.
La otra versión que me gusta y es con la que me quedo es la de Sor Juana Inés de la Cruz: El Divino Narciso pues el amor hacia sí mismo es total.
El Divino Narciso es un auto sacramental y tiene características bíblicas, pero, a la vez, es una interpretación personal de la autora al mito de Ovidio y a la versión de Calderón de la Barca. En este auto sacramental Cristo es Narciso. Eso lo cambia todo.
El amor hacia uno mismo del Cristo-Narciso lo comparo de manera opuesta con las dos ninfas que están enamoradas de él. La ninfa que se llama Naturaleza Humana y la otra: Eco. La ninfa que representa a la naturaleza humana tiene lo que denomino un “amor incompleto” porque sólo se redime por el amor que tiene hacia Dios (personificado por Narciso) y no así por el amor hacia sí misma. Luego, el “amor perturbado” de Eco. Ésta encarna a la naturaleza angélica réproba, por tanto adquiere las características de Lucifer: reniega del desdén de Narciso hacia ella, no ama a nadie más que a sí misma pero el amor propio es equivocado porque no acepta humildemente sus errores.
A diferencia de las protagonistas el amor hacia sí mismo de Cristo-Narciso es sabio porque cumple a cabalidad el principal mandamiento bíblico: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Este protagonista es consciente de su belleza divina y recién siente amor cuando ve su reflejo en las aguas de la fuente.
¿Y qué ve en esa fuente? Y ahí se encuentra uno de los mejores artilugios de la monja, la imagen que ve es una combinación del reflejo de la Naturaleza Humana escondida tras unas ramas y del mismo Narciso. Ama al prójimo porque la imagen que ve es el reflejo de la Naturaleza Humana y se ama a sí mismo porque a la vez la imagen proyectada es propia. ¡Me encanta!: amor por esa parte divina que somos y, también, por esa parte humana.
Narciso está enamorado de sí mismo. Amor hacia uno mismo. ¿Qué es ese Uno mismo? Un Uno que para que la mente lo comprenda hay que dividirlo en compartimentos. Un amor que pasa por amar un cuerpo físico, amar a unas acciones y reacciones de emociones, amar a los pensamientos que residen en cada uno de nosotros, amarnos tal como somos. Y la lista de “compartimentos” se puede seguir dividiendo, pero vuelvo a unificarlo, pues todo eso es Uno.
Ahora, hay un punto en cada uno de nosotros. ¿Dónde? ¡Ahí!, en ese lugar inexplicable con palabras pero si tomo una respiración profunda, profunda. En una fracción de segundos la voy a sentir. A ese punto le llamo Consciencia. Como esa parte de Dios que me acompaña siempre, silenciosamente hasta que me aperciba de su presencia. Otra vez lo estoy separando: ese punto Soy Yo. Ese punto está ahí, latente en cada uno de los individuos de esta humanidad. Me gusta imaginar que Narciso (el mítico y el Divino) vio ese punto por eso lo amó tanto y se dio cuenta que su amor no tenía vuelta y quiso hundirse/fusionarse con ese maravilloso punto. Carl Jung lo habría llamado “individuación”. ¡Es que todo resuena tan bien si se habla desde ese centro! Bueno, no morí para fusionarme con ese centro. Tal vez para terminar este escrito, comento que para variar mi alma baila. Siempre está bailando y siempre está en celebración. Pues, desde este maravilloso punto elijo la celebración. Soy celebración y me amo a mí misma como Narciso.
Amo mi humanidad, así imperfecta y, a la vez tan perfecta; y amo mi divinidad. Amo al dios que hay en mi interior.