Acabo de leer un mensaje que me dejó la Maestra el otro día. Frente a ella todo se disuelve, todo cambia de color, todo se expande…
Pero tengo ganas de escribir esto, ha estado en mi cabeza toda esta semana. Así que a exteriorizarlo.
Estoy sentada en mi banca, imaginando que estoy frente al mar y en mis manos tengo una copa de vino viejo y en mi regazo duerme mi compañera felina. Hace un clima muy agradable. Es tan tranquilo estar en este mi espacio sensual y sagrado.
Capas y capas de millones de creencias… Si solo me enfocara en un tema específico, descubriría niveles, capas de creencias. Creencias; más allá de verlas como negativas o positivas, son sólo creencias. (¡Qué redundante que soy!, pero me encanta romper con lo establecido…).
Una creencia es, según yo, un pensamiento arraigado. Un pensamiento que tiene larga data, no es fugaz como los que a veces solemos tener, es viejo, tiene sus años. Y nosotros nos encontramos totalmente arraigados a ella. Me aferro, con uñas y dientes a una o muchas, demasiadas, creencias.
Algunas creencias
Yo amo el arte, amo toda manifestación artística. Me convierto en moléculas cuando escucho buena música, disfruto riendo o llorando cuando leo un buen libro o miro una buena película y también me gusta hacer arte. Yo escribo, me encanta hacerlo, también me gusta hacer arte-sanías con lanas y me queda por descubrir y poner en práctica la pintura, la fotografía, ¿la actuación?
Y soy consciente de que tengo una creencia muy arraigada: El arte no da dinero.
Es una creencia. Yo me la creo, muchos se la creen. Muchos artistas viven creyendo eso. Muchos no quisieron entrar a la escuela de bellas artes, o la de actuación, o la de cine, o la del conservatorio de música. Y otros prefieren dedicarse a la crítica de alguna manifestación artística que al arte o se dedican a lo que “sí da dinero”.
Hay infinidad de creencias con respecto al arte. Y muchas de ésas se relacionan con la carencia y la necesidad.
“En busca de la talla perfecta” podría ser el apartado en mi auto biografía que menciona a mi adolescencia.
A ver, la creencia que me la creía y sé que hay muchas, muchísimas mujeres que se la creen también, es: “las mujeres son atractivas cuando son delgadas y los hombres las aman”. De dieta en dieta, me la pasaba con hambre, sólo por tener el ‘inalcanzable’ peso ideal. ¡Qué absurdo!
Creo que esta creencia que mencionaré a continuación es algo que se nos implanta a las mujeres desde que somos niñas y luego la asumimos como propia y nos aferramos a ella. Una mujer tiene que tener un compañero (esposo, amante, no importa lo que sea, pero tiene que tener un hombre en su vida) y si no consigue un compañero, por lo menos tiene que tener hijos. Aunque, claro eso está ‘mal visto’, pero “una mujer no puede quedarse sola…”
La banca desde donde observo
Estos tres ejemplos son los que he identificado en mi vida, obviamente tengo muchos más. Ahora si fuese a atrapar las creencias de la gente ¡madre mía! Hay cada creencia que la gente cree, creencias religiosas, ideológicas, sobre cómo deben o no deben ser los trabajos, sobre cuestiones económicas, o la importancia de ser inteligente. Creencias que no son cuestionadas, sólo asumidas.
Aunque, veo que ya están empezando a ser cuestionadas.
Cuando era adolescente leí un libro que me aconsejó a cuestionar todo. Si tengo una mente, que me sirva para ello. Hace muchos años que ya no me trago las papillas que la consciencia de masas ha implantado en mí.
Paso uno: cuestionar.
Paso dos: rebelarse.
Paso tres: ya no rebelarse, sólo aceptación que no significa resignación.
Paso cuatro: convivir con todas esas creencias, sabiendo que no me pertenecen.
Paso cinco: soy creadora, así que puedo crear lo que yo quiera.
Soy consciente de esa creencia sobre el arte, sobre la talla perfecta o sobre la mujer que no debe quedarse sola. También sé que un pensamiento o creencia de corto o largo alcance nace y muere. Y sí, en este momento, sentada en mi banca mirando un jardín japonés (mi imaginación cambia constantemente, por cierto) acepto que existen esos pensamientos y creencias, pero sé perfectamente que no me pertenecen. Sin necesidad de intentar arreglarlas, o cambiarlas o lo que sea para que ya no estén en mi vida, en algún momento morirán.
Sé, por experiencia propia que el arte puede darte grandes regalos. Lo sé: soy un pescador y los peces vienen a mí. También sé que los kilos se disuelven cuando ya no te importan las dietas o la obsesión por la ‘talla perfecta’. Ya no persigo al compañero de vida, menos a los hijos que no me interesa tener. Desde que cayó esa creencia de que una mujer no debe quedarse sola, estoy tranquila, pasé por una especie de vaciamiento, luego, sólo calma. Pasé de la carencia a la completitud.
Bueno, ya escribí este texto. Ahora sólo me toca desparecer en moléculas para fusionarme con la música que escucho de fondo.