Se cuenta que existía un gran territorio conformado por varios reinos y en cada reino era regido por un rey. Casi la mayoría del tiempo peleaban entre ellos por un pedacito más de lo que los otros tenían.
Había unas murallas de cristal que rodeaban este territorio, todos pensaban que así se sentían protegidos por esa deidad que ellos crearon a semejanza suya.
Para ver este territorio hay que salir de él, atravesar esa muralla de cristal y poco a poco uno se dará cuenta que los habitantes de este territorio se estaban perdiendo de mucho, pues estos seres existían dentro de una botella. Sí, exactamente, dentro de una botella.
Por eso, a veces se sentían agobiados, no podían respirar profundo porque si así lo hacían, las paredes de cristal se humedecían y sentían que se asfixiaban.
Pero entremos, de nuevo, en este territorio, ya sabiendo lo que hasta ahora ellos desconocen, pero será por poco tiempo.
Había un reino que se llamaba Rosas negras porque era en el único lugar donde crecían esas flores de ese color tan peculiar. Las rosas negras eran exquisitas, cotizadas por todos.
El hombre que reinaba era viudo, había perdido a su amada reina cuando nació su hija. En el castillo vivían padre e hija, se veían todos los días. Incluso sus habitaciones eran contiguas, pero la relación entre ambos era malísima. Existía tal distancia entre ambos que apenas se dirigían la palabra.
El rey de Rosas negras era conocido por ser un gran guerrero, batalla que iba, era batalla ganada. Los otros pueblos lo temían y envidiaban este reino por la riqueza que había en él.
La princesa soñaba con encontrar al amor de su vida y se la pasaba los días imaginando cómo sería ese gran día que conocería el amor.
Un día un extranjero entró en Rosas negras. Un hombre ambicioso que quería apoderarse de todo ese lugar. Sabía que si se adueñaba de este particular reino, todos los reinos del territorio que existían dentro de la botella serían suyos. Él sería el dueño absoluto de todo.
Su plan era sencillo, envenenar al rey y seducir a la princesa. Quería matar al rey con una pócima que le había brindado, hace poco, un hechicero.
No fue difícil entrar en el castillo. Se hizo pasar por un mercader que le vendería al rey una pócima que lo haría más fuerte en el campo de batalla y como este rey siempre andaba buscando algo que lo haga mejor vencedor, dio el permiso para que el extranjero ingrese en el recinto.
Antes de tener la audiencia con el rey, el extranjero se percató de conocer a la princesa. Sobornó a las cortesanas y ellas le condujeron donde la joven. Cuando la conoció, puso a trabajar su plan de seducción. La princesa ingenuamente se dejaba seducir.
Todo estaba yendo de acuerdo al plan del extranjero, solo hubo un detallito que no había previsto: la curiosidad de la princesa.
La joven quería saber más, quería saber todo del extranjero que le hablaba de amores. Un día, el mismo que el extranjero tendría la audiencia con el rey, la princesa comenzó a seguirle a escondidas. Por andar espiando, se enteró accidentalmente de la pócima y de los planes del pretendiente.
Quiso evitar que asesinen a su padre, pero no lo consiguió, llegó tarde. Cuando entró en la sala real, su padre había bebido el brebaje y estaba tendido en el suelo. El cuerpo del rey se contorsionaba, la muerte estaba muy cercana.
El hombre que le habló de amores la estaba traicionando, la princesa sintió mucho dolor; su corazón estaba destrozado. Quería entender mejor el amor. Ella sabía, de alguna manera, que el amor no sólo se basa en traiciones. Quiso entenderlo mejor, pero no pudo. Se desvaneció, mientras el padre moría.
El rey se resiste a morir. Comprende que por su ambición desmedida se encuentra al borde de la muerte. Tal vez sea la última lucha, pero hay que intentarlo, el guerrero decidió enfrentar a la muerte.
Tanto el rey como la princesa no entran en el reino de la muerte, sino en el mundo onírico, emprenden un viaje personal.
En el sueño que la hija tuvo, se encontró con la madre difunta. La princesa lloraba, su corazón estaba destrozado, quiso probar el amor, pero éste la traicionó. La madre se le acercó para consolarla. Entablaron una larga charla sobre el amor. Más que las palabras, la princesa sintió el amor de su madre. La princesa intuyó que había otro amor que ella debería encontrar. Por eso tenía que regresar al mundo de los vivos. Antes de partir su madre le dijo: “Si juntas todos los pigmentos de colores tendrás una rosa negra, si juntas todas tus experiencias, tendrás el verdadero Amor”.
El sueño del rey era muy surrealista, nada tenía sentido. Se encontraba en una casa, que él mismo había construido, pero se iba transformando constantemente, se subdividía en secciones, en niveles, crecía, se empequeñecía. Todo eso le confundía. La gente que le rodeaba era tan desconocida, pero le llamaba la atención una persona en especial. Parecía una mujer. Era una presencia que le observaba, sin juzgarlo, en total compasión y… amor. Él sentía un dolor en el pecho, estaba triste, y vio, también, que su cuerpo se metamorfoseaba. Era aterrador lo que veía, pero no podía hacer nada. Veía cómo sus brazos y piernas se empequeñecían hasta pegarse a su cuerpo. ¡El cuerpo! Ya no era el cuerpo de un ser humano, era algo similar al caparazón de un animal. La cabeza empezaba a tener otra forma. Estaba desesperado, quería gritar, pero no le salía voz alguna. Esa presencia femenina, lo seguía observando en silencio. Pese a las circunstancias en las que se encontraba, observarla lo calmaba.
Después de unos largos minutos, el rey ya no luchó, ya no quiso hacer nada, sólo se dejó llevar por lo que estaba sucediendo: se permitió la metamorfosis. Y de pronto sucedió algo hermoso e indescriptible, la presencia femenina se convirtió en un corazón viviente, lleno de amor y lentamente se fue adhiriendo al cuerpo-caparazón del rey. Nunca sintió tanto amor y lloró, lloró como nunca antes lo había hecho. Ese amor que lo observaba estaba en él. La metamorfosis había llegado a su final. El rey era otro.
A veces en el veneno puede estar la cura. Algo había sucedido, algo que estaba más allá del entendimiento del extranjero. Al mismo tiempo, el rey y la princesa despertaron de su sopor y cuando lo hicieron, eran diferentes. Se oyó, a lo lejos, que unos cristales se quebraban, pero nadie supo de qué se trataba.
El rey se levanta y con espada en mano aniquila al extranjero. Y cuando yace muerto, el padre se percata de su hija, la encarnación de la reina. Ambos se observan, uno al otro y sonríen.