El camino hacia afuera y el camino hacia adentro… Esta frase ha estado resonando en mi cabeza desde que la escuché. He estado pensando en este escrito hace ya como unas dos semanas. Lo he escrito una y otra vez en mi mente y mientras iba reflexionando se fueron agregando algunos episodios interesantes.
La obra ya está acabada antes de ser escrita como decía Jesús Urzagasti, un escritor boliviano, esta obra que ya está acabada es hora de ponerla en palabras.
El motivo
Este año en especial no tengo paciencia menos tolerancia a las acciones (en muchos casos repetitivas) de las personas que me rodean. Como ya es sabido, los humanos nos encontramos en medio de la cuarentena por el virus de la corona. Sin embargo, este confinamiento obligatorio me ha sentado de maravilla.
Por el camino “hacia adentro” que tomé la última década, aprendí a apreciar mi soledad, a estarme conmigo misma, además que soy escritora y los escritores somos animales solitarios. Por tanto, ya estaba acostumbrada a una especie de distanciamiento social. Hace mucho que prefería quedarme en casa, escuchando música, acompañada de mi gata, viendo las series y películas de Netflix y este último año empeñada en Créate, mi amado y abundante proyecto.
Este confinamiento me permitió volver a mi paz interna. A veces lidiar con la consciencia de masas de la mayoría de humanos es agobiante y de alguna manera, estoy descansando de todo eso.
Aunque, igual he lidiado con ciertas consciencias dormidas, pero de otra manera. Me refiero a mis potenciales clientes, o a la gente interesada en, sobre todo, en los servicios de Créate. Hay cada persona… Sin educación, sin abundancia, puro instinto, a veces, incluso tuve que lidiar con cada grosería. En fin. No todos son así, están los preguntones y también hay joyitas (clientes joyitas) que me encuentro en el camino.
Tal vez, porque tengo que lidiar con todo tipo de gente en mi trabajo, mi tolerancia para la gente más cercana se ha reducido a cero. Y no me refiero a mi familia, más bien en ese sentido también fue beneficioso este confinamiento porque por fin, he soltado el karma ancestral. Amo a mi familia, pero ya no hay ese lazo kármico ancestral. Ya no hay, liberé todo. Tampoco me refiero a mis amigos, que pese a este confinamiento he estado, incluso más que antes, en contacto con ellos tanto los de mi país, como los de afuera.
Me refiero a esa gente que está ahí, es cercana, pero no llegan a ser ni amigos ni nada, pero están ahí. Tuve un choque con uno de mis instructores de zumba. Fue una nimiedad, pero fue intolerante para mí porque sabía que esa acción desencadenaría situaciones similares que ya había vivido con anterioridad con otras personas.
Hace un mes más o menos esa persona en cuestión necesitaba ayuda y yo podía ayudarle, no me era difícil, así que lo hice. Hace unas semanas lo busqué para que me dé una mano con algo relacionado a la tecnología que me estaba costando manejar y que yo sabía que él dominaba, le dejé un mensaje en el WhatsApp al que nunca respondió, lo vio, pero no se molestó en responder.
La acción de esa personita fue la gota que hizo rebalsar el vaso, por decirlo así. Ya me era sofocante asistir a esas clases online de zumba y escuchar constantemente cómo las alumnas se la pasan adulando a los instructores. Así cometan errores en la coreografía para ellas éstos eran “los dioses de la danza”. El amor azucarado que se menciona en el SES… Tomé una respiración profunda y decidí de que era hora de probar otras formas de danza…
Observar. Si normalmente soy observadora, en este confinamiento tengo más tiempo para observar, reflexionar lo que acontece en mi vida. Sin dramas. Le puse consciencia a esa experiencia, liberé todo karma y días después de haberme alejado de esas clases y esa gente surgió el tema de este escrito: el destino.
El tema
¿Cuántas decisiones que tomas en tu vida son realmente tuyas y cuántas de ésas se basan en las acciones preestablecidas de los demás? “Voy a actuar de tal o cual manera porque todos los demás actúan igual”.
Esa reacción del instructor es común. Muchos actúan así, tanto hombres como mujeres. Dan una pequeña punzada y después se arrepienten, pero no se disculpan, sino tratan de ocultarlo bajo la alfombra y por esos días de “arrepentimiento” se “portan bien” con la persona agraviada, pero eso no termina ahí y lo sabemos, pero actuamos como si nada pasara.
¿Cuántas punzadas tiene que recibir el ser humano hasta que se percate que le están drenando de a poco?
Algunas personas actúan toda su vida un rol específico, siguen un destino, que incluso se vuelve repetitivo, las mismas experiencias distintos protagonistas; otras simplemente se salen de lo establecido y crean su propio destino.
Es muy probable que esa persona esté acostumbrada a hacer eso, me refiero a esas pequeñas tonterías, esas pequeñas punzadas que das a los otros. Él hace eso a alguien y otr@s le hacen lo mismo a él, como un círculo vicioso. Muchas veces de manera inconsciente y las repetimos una y otra y otra y otra y otra… vez.
¡¿Cuántas veces se puede repetir una historia, la misma con diferentes personajes?! Por eso pensé en el destino.
Muchas personas creen que el destino es algo predeterminado y que no puedes cambiarlo. Hago esta analogía: los humanos son como personajes de ficción. Cada personaje tiene un destino que ha sido creado de antemano por su creador (el autor de la novela) y lo recorre sin rebelarse.
Por eso, me encantan las novelas metaficcionales, es decir esas narrativas en las que los personajes toman consciencia de qué son, qué destino les depara y lo cuestionan o se rebelan o tratan de cambiarlo. Como Niebla de Unamuno, una de las primeras novelas que jugó con la autoconsciencia.
Tirinea, la novela boliviana a la que le dediqué mi tesis de licenciatura trata de eso. La historia de esta narrativa trata del intento de un escritor joven sin experiencia de escribir una novela y apenas logra crear un personaje –un viejo sin nombre– y el lugar en el que habita: Tirinea, pero este protagonista escritor no puede continuar con la historia –está estancado– y en un momento de la historia el viejo toma consciencia de quién es y se rebela a ese rol, toma las riendas de la historia del escritor que lo creó y le ayuda a terminar esa novela que había empezado y que termina siendo Tirinea en su totalidad.
Me encanta el viejo. Personaje sabio, irreverente, cómico y se las sabe todas. Tuerce su destino ficcional y toma las riendas de su vida. ¿Por qué no ser como él? ¿Por qué simplemente conformarnos con un destino ya predeterminado, ya caminado por la mayoría?
Los humanos seguimos un destino y nos creemos presos de él. No lo cuestionamos, sólo lo seguimos tal cual lo hacen los personajes ficcionales. Pero eso cambia cuando nos damos cuenta que somos los creadores de esa historia.
Otra comparación ficcional sobre el destino, esta vez desde una de las series que vi…
Dark, la serie del momento de Netflix. Si alguien me viera mirando la última temporada de este programa televisivo de seguro que se reiría. ¡Me la paso peleando con la TV, gritándola! Insultando a los personajes, quienes están tan metidos en su destino infinito y sin salida –según ellos– que da ganas de sacudirlos o abofetearlos.
Ejemplo de escena: Jonás, el protagonista de Dark, está queriendo entrar a la planta nuclear junto con la que es su pareja, Martha, pero no lo es en ese mundo, pero es sí en el otro… ¡qué dolor de cabeza con este enredo! Un chenk’o (enredo, caos), como lo diríamos en Bolivia. Bueno, ambos Jonás y Martha están por entrar a la planta nuclear y de pronto él se da cuenta que todo el tiempo Eva, otro personaje, le ha estado mintiendo y lo mismo ha hecho Adán (¿una versión alemana del génesis?). “Creo que me han estado mintiendo. Siempre he hecho lo que los otros me dijeron que haga y todo salió mal”, dice. Y empieza a cuestionar lo que hasta ese momento vivió y nos hizo padecer a los televidentes, yo veía esta escena y me decía “¡va a reaccionar, por fin!”.
Y, no, no reacciona: “Voy a ir donde Eva para que me diga la verdad”. Veo esta escena y me golpeo la cabeza y le grito a la televisión. “¿No era mejor que te vayas por tu cuenta, estúpido !@#%* y busques la verdad por ti mismo, TU verdad?”.
Estos personajes no pueden salir de su destino, de su enredado y exhaustivo destino. Dan vueltas y vueltas como hámsteres en ese ciclo infinito.
Sólo bastaba que Jonás diga “me voy por mi cuenta, voy a encontrar la verdad, mi verdad por mí mismo. Se van al diablo todos, incluso tú, querida Martha. Si no hay futuro, no hay futuro, pero voy a vivir el presente que es lo único que tengo”. Y se ve a Jonás con la mochila en la espalda, vistiendo su típica gabardina amarilla desapareciendo por un camino y ahí terminaba la serie.
¡Oh! ¡Qué final! Claro, no es comercial. A la gente le gusta sufrir, creer que son hámsteres que no pueden salir de sus destinos. ¡Ah! ¡Y me olvidaba del romanticismo implícito en esta serie, que es muy probable que muchos han suspirado por esa historia de amor!
Je, je alguien leerá lo anterior y pensará que soy una amargada. Es gracioso porque puedo serlo Y no serlo, qué importa.
Dejaré a los títeres del destino de esta serie alemana en ese mundo repetitivo en el que están aprisionados…
A mi manera
Desde mi experiencia, puedo decir que, en este mundo de la dualidad, hay dos destinos. Si entro en la dualidad del planeta, que siempre oponen dos opuestos entre sí, éstos serían los dos caminos: hacia afuera y hacia adentro[1].
Aunque el segundo logra romper los límites del primero. O como diría Kuthumi Lal Singh, el maestro ascendido, hay muchos sombreros de colores no sólo seis, es decir, muchas percepciones y si aplico a este escrito, entonces habría muchos destinos de distintos colores, pero para ver los otros colores primero hay que reconocer, tomar consciencia de que nos encontramos en un mundo de un solo color, por decisión propia pero que podemos elegir salir en cualquier momento, para conocer esos otros colores, esas otras posibilidades.
El destino preestablecido y el destino del alma. Pude seguir el camino común de la mayoría de los humanos, pero decidí romper con todo, con todo eso. Ya no quise ser el personaje ficcional que sigue sin chistar el destino que algún “creador externo” creó para mí. Ni siquiera seguí el camino espiritual corriente. Fue un camino hacia adentro hecho a mi manera.
Seguí el camino del alma, de mi amada alma, el destino de la consciencia y todo, todo cambió. Sé que hubo momentos en los que me aferraba al destino de la mayoría porque quería encajar y muchas veces he querido que mi destino sea “normal”, pero esa elección que hice cuando era adolescente pesó más que cualquier otra cosa.
Es cierto, cuando tienes el despertar y te dices a ti mismo, “ya estoy cansad@ de lo mismo, de esta historia repetitiva que se reitera infinitamente, estoy hart@ de todo esto, tiene que haber algo más”. O, como en mi caso, que casi en una oración pedí conocer mejor a Dios y lo pides al cielo o a quien te escuche –es decir tú mism@– todo cambia y ya no hay vuelta atrás.
Cuando era adolescente soñé con la iluminación, soñaba en convertirme en un ser iluminado. Fue mi sueño por años. “Iluminación” ¡Qué palabra tan antigua y tan llena de preconceptos, con tantas creencias humanas al respecto! No entendía en ese entonces, en términos humanos, pero me decía a mí misma: “quiero llegar al cielo hollando esta tierra”. Je, je, ni siquiera comprendía del todo esa frase.
El sueño se cumplió, pero no es como mi humana adolescente imaginaba que iba a ser. No “hago milagros” ni camino sobre el agua, a no ser que esté en la ducha…
Es totalmente distinto a lo que creí, ya ni siquiera lo llamaría “iluminación”. Incluso rompí el «techo de Dios» y volé más alto. Permití a mi alma, a mi Yo Sabia. Permitir es la manera en que pude torcer mi destino preestablecido. Mi destino es –se podría decir– similar al de muchas personas y es totalmente distinto. He crecido por dentro, me he expandido y eso lo cambia todo.
Mi gata se sube a su árbol, el que está contiguo al escritorio. Presta atención a la música de fondo, es el piano de Josef Hofmann, entrecierra los ojos y se hace un ovillo. Este pianista nos ha acompañado en la edición y corrección de este escrito.
Soy como esos personajes ficcionales que toman consciencia de quiénes son y, como el viejo, el protagonista de Tirinea, puedo tomar las riendas de mi vida.
[1] «El camino hacia afuera y el camino hacia adentro» es una frase que tomo prestada del maestro ascendido Kuthumi Lal Singh. Si estás interesad@ en ver esa canalización puedes hacer clic aquí.