Escritura y yo
En general mi relación con la escritura es buena, se complica cuando interfiere en este romance el lector. La escritora, la escritura y el lector no es un trío que me agrade mucho. Porque hay lectores y lectores. Bueno siempre tiene que ser así, no soy monedita de oro para gustar a todos.
Mi relación con Escritura atravesó muchas etapas. Se podría decir que también maduramos juntas.
La primera etapa, escribía desde una voz adolescente –con mucho dramatismo–. De corrido y sin puntuación. Del drama pasé a la tragedia cuando me inscribí a la carrera de turismo en vez de literatura. Sólo quería escribir, escribir, escribir y me la pasaba llorando y llorando y llorando…. De la tragedia pasé a la rebeldía cuando –ya inscrita en Letras– me decepcioné del mundo cuadrado de la academia. Pensé ingenuamente que florecería mi imaginación y fue todo lo contrario ya que se esforzaron vanamente en que florezca la razón.
Luego se convirtió en una película de mal gusto cuando –a causa de mi rebeldía– me opuse rotundamente a escribir bien. Creo que me gané buenos enemigos en esa etapa, muchos de ellos docentes de la universidad. Y lo que me parece gracioso es que hay gente que se resiste a los cambios o a comprender que las personas cambian y hasta ahora siguen creyendo que yo escribo mal, no pasaron la hoja.
Pero, si he creado un aspecto de mala escritora, puedo descrearlo en cualquier momento y crear un aspecto de buena escritora. Y eso es lo que hice.
Luego vino la etapa poética y el comienzo de una relación más equilibrada con mi escritura. En ese entonces empecé con la danza, danza a solas, danza casera. La danza devino poesía y la poesía devino confianza. Había perdido mi confianza en mi escritura por las constantes críticas de los profesores de la universidad que recibí por mi mala redacción. La poesía me devolvió la confianza en mí misma y en mis procesos escriturales.
En la etapa poética se hizo más presente Creatividad y empezó a susurrarme que mi ser creativo no sólo se trata de escribir. Abandoné –por un tiempo– a Escritura y me fui de la mano de Creatividad para explorar esos otros ámbitos.
Cuando regresé a Escritura, estaba totalmente decidida a conocerla bien. Estudié el lenguaje escrito por cuenta propia. Tenía un proyecto en manos –mi tesis– que, aunque no fue bien recibido por los académicos, yo estaba enamorada de ese proyecto y luché con todas mis fuerzas para que sea parte de los libros académicos.
Por Tirinea, así se llama la novela a la que realicé un análisis crítico, mi relación con Escritura pasó al siguiente nivel: se profesionalizó. Me di cuenta que, así como amaba la escritura, era de esperarse que me entendiera muy bien con la palabra y aprendí sus principales, por decirlo así, secretos.
Desde entonces mi relación con Escritura mejoró y también maduró. Como me estaba entendiendo bien con la palabra y ya la conocía mejor a Escritura me contrataron para arreglar palabras en mal estado, oraciones en mal estado.
La escritura tiene diferentes facetas. Me especialicé en tres de ellas… Bueno, no tanto especializarme, he trabajado con ellas y las conozco. Aunque no es una de mis preferidas y es la que menos uso, casi por obligación tuve que aprender sobre ella: la escritura académica. No es mi preferida, pero me gusta y tengo conocimiento de ella, además que tengo lindos recuerdos de cuando aprendí a usarla, la escritura periodística. Y la que amo desde siempre, mi querida escritura ficcional o si soy un poco más amplia, la escritura creativa.
Mi expresión escritora
Una de las expresiones que disfruto mucho en mí es la de ser escritora. Ser escritora es una expresión con la que me gusta jugar.
Los humanos solemos cargar mucha vergüenza y culpa. Algunos más, algunos menos, pero estoy segura que no hay un solo humano en este planeta que no haya experimentado la culpa y la vergüenza en algún momento de su vida. Y esas experiencias desagradables se guardan y las cargamos con nosotros día a día, aunque no seamos conscientes de ello.
Pueden ser nimias o muy grandes, no importa. Están ahí, a veces muy enterradas, pero se vuelven explícitos en momentos precisos de nuestras vidas.
Desde mi despertar –hace un poco más de 10 años– he liberado mucha, pero mucha vergüenza y culpa. Incluso vergüenzas y culpas muy tontas, pero estaban ahí. Estoy siendo muy ambigua o refiriéndome a ellas de manera muy general. Este escrito no es como para ahondar en ellas.
Hay un sentimiento de vergüenza que suele revelarse en mi expresión escritora, también en mi expresión de profesora. No soy como el resto de las personas. Siempre he sido considerada como el bicho raro, bastante raro para una sociedad como la boliviana, que es tan hermética, tan cerrada en sí misma y tradicionalista que no acepta fácilmente lo distinto. Y encima si le agrego el camino espiritual o álmico o como se quiera llamar por el que atravesé los últimos años… Más bien, no soy el único bicho raro, comparto esta manera distinta de ser con amigos dentro y fuera de mi país (eso de alguna manera reconforta).
Oculto mi “locura” para tratar de ser “normal” y así poder pertenecer al mundo donde todo es de un solo color. Sólo encajar y ser del mismo color que los demás. A veces las personas creen que sólo existe un sólo color y nos aferramos a él con todas nuestras fuerzas. Yo sé que hay más…, pero he ahí esa sensación de vergüenza que experimento como escritora: si hablo de la diversidad de colores, me siento extraña.
Hubo un tiempo que me costaba mostrar mis escritos, incluso mi primer poemario Consciousness me costó mostrarlo al mundo, sólo porque –literalmente fui amenazada por un amigo de que perdería su amistad si no publicaba– me animé a hacerlo.
Y mis miedos-prejuicios se hacen realidad cuando me topo con gente que no acepta salir de sus preconcepciones y no aceptan mis textos por uno u otro motivo, pero solamente son un reflejo de mis propios prejuicios y miedos.
No puedo dejar de escribir sin mi alma, es decir, sin esa presencia divina que Yo Soy, que no es el dios-de-las-religiones. No me gustan las palabras que se utiliza para designar lo que quiero decir. Son muy religiosas. Y yo no tengo religión.
La palabra ‘escritora’ para mí puede significar varias maneras de ser escritora. Cuando quiero palabras contundentes sin importarme por la sintaxis recurro a la poesía. Cuando quiero dar rienda suelta a mi imaginación recurro a los cuentos. Cuando me interesa algo o alguien que se encuentre en esta realidad recurro a las crónicas o las reseñas. A veces de la poesía salto al ensayo cuando quiero armar oraciones más largas.
Mis poemas y mis ensayos son profundos, los escribo con mi alma. Todo lo que escribo lo hago desde esa profundidad. Algunos conocidos míos, después de leer mis escritos, sobre todo los ensayos, me dijeron que vieron abismos, es decir son “demasiado profundos”. ¿Cómo no van a serlo si yo misma me he adentrado en todos los recovecos de mi ser? Y está bien, porque en los abismos uno puede ver más de uno mismo. Además, se necesita de más profundidad en nuestra vida diaria.
Pero la mente no quiere la certeza y simplemente se va a obnubilar y va a decir: “no entiendo lo que quieres decir”, “esto es pura ‘espiritualidad barata[1]’”, o va a querer interpretar lo que le conviene o lo que es parte de su creencia principal de ese momento. Ya me topé también con ese tipo de lectores…
La mente es tan sólo una minúscula parte de la consciencia. Muchos le rinden tributo a la mente como si fuera lo máximo de los máximos. Y esta veneración hacia la mente y/o la razón viene desde el siglo de las luces (XIX), en el que quisieron preponderar a toda costa la razón para dejar a un lado tantas supersticiones de siglos pasados. Lamentablemente, al posicionar a la mente como lo más importante del ser humano, han enterrado la intuición, incluso la imaginación. Mucha gente piensa que la creatividad viene solamente de la mente o el cerebro, pero no es así, la creatividad viene de la consciencia. Del alma, de eso incorruptible en el ser humano.
Hay más, hay más que los límites de la mente. Lo sé, lo exploré. Me permití sentir más, mucho más. Es mi Certeza: existe lo invisible, lo mágico, otras realidades.
De todo lo escrito anteriormente tratan mis poemas, ensayos, cuentos, crónicas, etc. Este es mi ser escritora.
[1] Sí, es cierto pasé por el camino de la espiritualidad, ahora me considero posespiritual. Aquí tengo un escrito que habla sobre ello.